Antes de que Scriptria fuese un mundo de fantasía, la palabra scriptrix ya existía. No nombraba a una hechicera ni a una protagonista de romantasy, sino a algo aparentemente más humilde: una mujer que copiaba textos a mano en la Edad Media.
Durante siglos se pensó que los manuscritos medievales eran obra exclusiva de hombres, encerrados en scriptoria monásticos. Hoy sabemos que esa imagen estaba incompleta. Entre las páginas de muchos códices se esconden rastros de mujeres que escribieron, ilustraron y gestionaron libros. Algunas de ellas se nombraron a sí mismas como scriptrix.
Qué significa realmente scriptrix
En latín, scriba es escriba. Su forma femenina es scriptrix: mujer que escribe o copia textos. Este término aparece en los colofones, esas notas al final de un manuscrito donde a veces el copista dejaba su nombre, la fecha o una breve reflexión personal.
En varios de esos colofones se han encontrado expresiones como scriptrix o soror (hermana), que permiten identificar con claridad la mano femenina detrás del manuscrito. No son firmas grandilocuentes. A menudo son frases modestas, casi tímidas, que aun así reclaman un espacio en la historia escrita.
Mujeres entre pergaminos y cuentas del convento
Los monasterios femeninos no eran solo lugares de oración. También eran centros de gestión y administración, con tierras, rentas y obligaciones que requerían una buena cantidad de escritura: registros, contratos, cartas, libros de cuentas.
Para sostener todo esto, muchas monjas tenían que dominar el latín escrito y las formas de la caligrafía. En algunos conventos, esa práctica derivó en verdaderos talleres de copia: scriptoria donde se producían salterios, libros de oración, recopilaciones de sermones o grandes obras de referencia que circulaban más allá de los muros del claustro.
Las investigaciones recientes han identificado centenares de nombres de copistas en el área germánica. En algunos casos se sabe que varias monjas firmaban juntas un mismo manuscrito, prueba de que trabajaban como equipo y que algunas administraban auténticos scriptoria femeninos.
Un estudio de la Universidad de Bergen analizó más de 23 000 colofones en manuscritos medievales y encontró al menos 254 casos en los que la persona que copia se identifica claramente como mujer.
Ppero, por cada scriptrix que dejó su nombre escrito, probablemente hubo muchas otras que trabajaron en silencio.
Lo más emocionante de estos descubrimientos es que, de vez en cuando, una de estas mujeres decide hablar desde el margen.
Según un artículo del Huffington Post, en un salterio copiado en un monasterio noruego, una monja se identificaba como hija de Birgitta y explicaba que había escrito el libro, incluyendo las iniciales decoradas, para pedir después que rezasen por ella.
En otros manuscritos, las ilustradoras se autorretratan discretamente, escondidas en una letra capital o en un rincón de la miniatura. Uno de los casos más citados es el de Guda, una iluminadora del siglo XII, que se dibuja con hábito y se nombra como autora.
En el área de Maastricht, se conserva un códice de las Etimologías de Isidoro de Sevilla donde ocho monjas firman juntas la copia, pidiendo a Dios que las libre de las penas y las acoja en el paraíso. No son sombras anónimas. Son un pequeño equipo de trabajo que quiso quedar registrado como tal. Scribd
Pero, si las scriptrix existieron, ¿por qué han tardado tanto en aparecer en la historia? ¿Por qué son invisibles?
Algunas razones:
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Muchos manuscritos no conservan los colofones.
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En ocasiones, cuando el libro se reutilizaba o se remodelaba, esas notas finales se perdían.
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Las mujeres podían firmar con iniciales o fórmulas ambiguas, difíciles de identificar siglos después.
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Y por último... la historiografía tradicional se centró durante mucho tiempo en los scriptoria masculinos y prestó poca atención a las pistas femeninas.
En Scriptria, las Scriptrix son escribanas capaces de alterar la realidad con lo que escriben. En nuestro mundo, las scriptrix medievales alteraron la realidad de otra forma más silenciosa: haciendo posible que los libros llegaran al futuro.
Quizá no se veían a sí mismas como protagonistas, pero sin ellas muchas de las páginas que hoy leemos no existirían.
